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«Intentaba Describir Cómo Se Siente» y Otros Cuentos—Noy Holland

Intentaba Describir Cómo Se Siente

Es como estar en una ciudad hermosa en la noche de una inundación bíblica. Un millón de dólares—todos míos—ya gastados. Como una pelota de playa saltando suelta por el mar. Baby, apareces en mi avenida, baby, y los edificios caen a sus rodillas. Yo soy la inundación yo soy la inundación que los derriba. Yo soy el zoológico y los animales en él y te doy de comer de mi mano. Come de mi mano. Tienes que dejarme. Cada chico que he amado se arrancó la cara y te la dio. Todos ellos son tú. Es tu cara en lugar de estrellas y estrellas en movimiento, árticas—y tú eres el atar. La corona brillante de Cristo. Tú me haces soltarme desde el centro, soy una cosa derretida. Soy como fuego pero lento como piedra. Como si fuera el planeta y tú el eje. Sé el eje. Tú sé la cosa en la que giro. Arriba en lo ígneo. Arriba en la decadencia. Hazme una luna, creador de lunas. Woo. Así así así.


Barney Greengrass

Él es un gran ruso judío del Bronx. Sus manos son enormes. Toma el lápiz de su boca, marcas de diente en la madera, y le dice a ella, Tenemos una conexión psíquica. Él le toma la orden y regresa con cuatro servilletas para que ella anote sus respuestas. Ahora, mírame. Aleja la mirada. Cualquier ciudad. Tu helado favorito. Cualquier palabra en español. Cualquier número entre uno y mil. 978. FLOTACIÓN. CHOCOLATE. CHICAGO. No leí tu mente. La alimenté. Las respuestas lúcidas y como bloques y nuevas.


Vegas

Cuando Danny y su novia de muchos años terminan, ella ofrece, como consolación, hacerle su trabajo dental gratis. Ella es dentista. O, trabaja para una dentista. Ella lo pone bajo sedación. Danny está bajo tanta sedación, él revive la escena de un niño devorado detrás de plexiglás en el zoológico: el niño en un reto, el oso en el suelo, abierto, cortado. Ahí está el niño. Su cara es la de Danny. El oso es un oso polar viejo, el cielo ese azul loco. Mientras tanto la ex de Danny le arranca todos los dientes de su cabeza con ese instrumento que usan. Cuando él despierta, ella está en Vegas. Su novia actual, muerta de asco, no tarda nada en dejarlo, también. ¿Qué instrucción podríamos extraer de esta historia? ¿Qué debería hacer nuestro Danny?


Una Vez Escribí Un Cuento

Una vez escribí un cuento sobre un adicto al opio con un auto que se maneja solo.

Una vez escribí un cuento sobre un avestruz.

Una vez escribí un cuento sobre un niño ciego vestido en seda de superhéroe.

Una vez escribí un cuento sobre un colibrí ahogándose en un plato de crema.

Luego escribí un cuento sobre un adicto a los animales con una mula con dos orejas mordidas. La mula era Muescas. Siempre gentil. Cada noche de su vida, él le dijo a Muescas buenas noches hasta que al fin ella lo llevó lejos y desapareció.

Una vez escribí un cuento sobre hasta que la muerte nos separe. Extravagante, la noche de la boda, a nadie le alcanzaría para tanto lujo. La novia vestía de lentejuelas. La encontraron en el baño del motel. Su esposo la había acuchillado en la tina, las lentejuelas de la cama a la tina esparcidas como monedas, como escamas, como lentejuelas. Iridiscentes, incandescentes. Como una sirena, como un pájaro.

Una vez escribí un cuento sobre un niño que yo amé que destruyó todo lo que había hecho para mi y lo sigue destruyendo aún.

Una vez escribí un cuento sobre una Jennifer y un bebé llamado Lloyd y un judío.

Una vez escribí un cuento sobre ti.

Tú dijiste, ¿De qué se trata?

Yo dije, De ti.


Todos los cuentos extraídos del libro «I Was Trying To Describe What It Feels Like» por Noy Holland, publicado por Counterpoint Press en el 2017.

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«Después De Que Me Aventaran Al Río Y Antes De Ahogarme»—Dave Eggers

Oh soy un perro veloz. Soy veloz-veloz. Es verdad y amo ser veloz lo admito lo amo. Ya sabes de perros veloces. Perros que solo corren y dices, ¡Wow! ¡Ése es un perro veloz! Bueno ese soy yo. Un perro veloz. Soy un perro veloz veloz. ¡Hoooooooo! ¡Hooooooooooooo!
Deberías verme alguna vez. Solo mira lo rápido que voy cuando voy lo más rápido que puedo, cuando realmente me tengo que mover por algo, cuando de verdad voy—te digo, de veras me muevo, como un misil, como un misil entre árboles y alrededor de arbustos y luego pop! Puedo ir sobre una cerca o un bebé o una roca o lo que sea porque soy un perro veloz veloz y puedo brincar como una pinche gacela.
¡Hoooooooo! Güey, ay güey.
Lo amo lo amo. Corro para sentir el fresco aire fresco por mi pelaje. Corro para sentir el agua fría salir de mis ojos. Corro para sentir mi mandíbula aflojarse y mi lengua toda guanga y salida de un lado de mi boca y voy y voy y voy mi nombre es Steven.
Puedo comer pizza. Puedo comer pollo. Puedo comer yogurt y pan de centeno con semillas de comino. Realmente no importa. Dicen No, no, no te comas esa cosa, tú, eso no es para ti, es para nosotros, ¡para la gente! Y me lo como de todos modos, me lo como con gusto, me como la comida y me siento bien y vivo y corro y corro y miro a la gente y escucho sus estúpidas conversaciones saliendo de sus aperturas que son bocas y sus terribles ojos.
Lo veo en las ventanas. Veo lo que pasa. Veo los momentos de unión y calma y también la traición y yo corro y corro. Tú dime que lo que todos ellos dicen importa. He escuchado y hace mucho lo dejé de hacer. Solo dime que importa y te escucharé y voy a querer ser convencido. Tú dime que lo que se dice está haciendo una diferencia, que esas palabras valen la pena y significan algo. Yo veo lo que pasa. Vivo con gente que es alemana. Coleccionan jarras. Son buenas personas. Su hijo está muerto. Yo veo lo que pasa.
Cuando corro puedo dar vueltas como si fuera magia o algo. Puedo dar vuelta como si ni hubiera una vuelta. Doy vuelta y voy tan rápido que es como si todavía fuera recto. A través de los árboles como misil, por los árboles amo correr con mis garras alcanzando y agarrando tan rápido que es como si me estuviera llevando todo conmigo.
Wow, amo tanto todo esto.
Una vez estuve en un río. Me aventaron a un río cuando era pequeño. Nunca sabes. Estaba nadando, intentando saber por qué me habían aventado a un río. Tenía seis meses de nacido, y mis ojos quemaban, el agua estaba mala. Chapoteaba y era como rogar. La tierra en cualquier lado era una tira negra, indiferente. Vi el agua gris y luego el agua más oscura de abajo y luego mis piernas no funcionaban, estaban atoradas en un tipo de alga o telaraña y luego estaba en el aire.
Abrí mis ojos que quemaban y vi al hombre de amarillo. El pescador. Me levantaron del agua, el agua debajo de mi. Luego temblando en el piso de su bote blanco de plástico y me veían con sus bigotes. Me sequé con el sol. Me trajeron al lugar con las jaulas y grité por días. Otros también estaban gritando. Todos estaban locos. Luego gente y un auto y era nuevo en casa. Comí y dormí y estaba seco, paredes de madera. Dos personas y dos niñas, gemelas flacas que duermen en el cuarto de al lado, con una casa de muñecas entre ellas.
Cuando estoy afuera corro. Corro del cemento paso los lugares y luego a donde los lugares terminan y luego al bosque. En el bosque están los otros perros.
Yo soy el más veloz. Desde que Tomás se fue yo soy el más veloz. También salto lo más lejos. Ya no tengo que gritar. Puedo ir más allá de los edificios donde la gente se queja y luego al bosque donde no puedo oírlos y correr con estos perros. Hoooooooooooooooo! Me siento bien aquí, me siento fuerte. A veces soy una máquina, moviéndose tan rápido, una máquina con todo trabajando perfectamente, mis garras agarrando la tierra como si yo fuera el que la hace girar. Wow, oh, sí.
Todos los días en la calle paso a las mismas personas. Ahí están los hombres, dos de ellos, vendiendo burritos desde un food truck de aluminio. Ellos son hombres felices; su música está a todo volumen y tintinea como un brazalete. Ahí están las mujeres de la farmacia afuera en su break, fumando y riéndose, sus hombros temblando. Ahí está el hombre que duerme en el suelo con el hoyo en sus pantalones, por donde se le sale el culo crudo y lleno de percebes y todo azul-café. Un brazo extendido, intentando alcanzar la puerta del edificio. Él duerme tanto.
Cada noche camino desde la vecindad y me dirijo al bosque y me junto con los otros. Afuera está lleno de sombras, las nubes bajas. Veo los azules brincando adentro de las ventanas. Quiero a toda esa gente fuera de los edificios y llevadas al desierto para que podamos llenar los edificios con agua. Es una idea que tengo. Los edificios serían buenos si se llenaran con agua, o si estuvieran debajo del agua. Algo para limpiarlos, lo que sea. ¿Cuánto tardaría limpiar esos edificios? Señor, nadie sabe nada de esto. Tantos de los sonidos que escucho simplemente no puedo soportar. Esta gente.
Las únicas que me gustan son las niñas y los niños. Voy a las niñas y lamo a los niños. Corro hacia ellas y les encimo mi nariz en sus panzas. No quiero que trabajen. Quiero que se queden como están y que corran conmigo, aunque son lentos, tan tan lentos. Yo corro a su alrededor una y otra vez mientras ellas corren de frente. Son lentas pero son cosas perfectas, casi perfectas.
Paso los edificios. Adentro, las mujeres están poniendo hilos de cabello detrás de sus orejas, y sus hijos mayores se paran frente al espejo por horas, moviéndose tentativamente a su música. Sus padres están jugando ajederez con sus tíos que se están quedando con ellos por como un mes. Están felices de que se tienen los unos a los otros, y yo paso, mis garras haciendo click con el cemento, paso el hombre en el suelo con su brazo extendido, paso el food truck metálico con la música, y veo la luz detrás de los techos.
No he estado en un techo pero una vez estuve en un avión y me pregunté por qué nadie me había dicho. Que las nubes eran más encantadoras desde arriba.
Cuando los edificios se vacían, a veces veo al tren deslizarse a través de los árboles negros, todas las ventanas verdes y la gente de adentro en camisas blancas. Veo desde el bosque, la tierra en mis uñas tan suave. Solo no te puedo decir cuánto amo todo esto, este tren, este bosque, esta tierra, el olor de perros cercanos esperando para correr.

En el bosque tenemos carreras y saltamos. Corremos desde la entrada del bosque, donde las veredas comienzan, por el negro-oscuro interior y fuera al prado y cruzando el prado y hacia el siguiente bosque, sobre el arroyo y luego a lo largo del arroyo hasta la autopista.
Esta noche es fresca, casi fría. No hay estrellas o nubes. Todos somos impotentes pero podemos correr. Troto por el sendero y veo a los demás. Seis de ellos esta noche—Edward, Franklin, Susan, Mary, Robert, y Victoria. Cuando los veo quiero estar enamorado de todos ellos al mismo tiempo. Quiero que todos estemos juntos; me siento tan bien de estar cerca de ellos. Algún tipo de matrimonio. Hablamos de que la noche está enfriando. Hablamos de que en el bosque no hace tanto frío cuando estamos juntitos. Conozco a todos estos perros menos a unos pocos.
Esta noche corro contra Edward. Edward es un bull terrier y es veloz y fuerte pero sus ojos quieren ganar demasiado; nos da miedo. No lo conocemos bien y se ríe demasiado fuerte y solo con sus propios chistes. No escucha; él espera.
La pista es una sencilla. Corremos desde la entrada por el negro-oscuro interior y fuera hacia el prado y a través del prado y al siguiente bosque, por el arroyo, luego sobre el espacio sobre las tuberías de drenaje y luego por el arroyo hasta la autopista.
El salto sobre las tuberías es la parte difícil. Corremos al lado del arroyo y luego la orilla del río sobre él se levanta así que estamos tres, cuatro metros sobre el arroyo y luego casi cinco. Después la orilla es interrumpida por una tubería, como de metro y medio de altura, así que la orilla a cinco metros tiene un espacio de cuatro metros y tenemos que correr y brincar para hacerla. Tenemos que sentirnos fuertes para hacerla. En la orilla del arroyo, cerca de la tubería, en la tierra y en las hierbas y en las ramas de los árboles grises y ásperos están las ardillas. Las ardillas tienen cosas que decir; hablan antes y después de que saltamos. A veces mientras saltamos ellas hablan.
“Está corriendo chistoso.”
“Ella no la va a hacer al otro lado.”
Cuando aterrizamos dicen cosas.
“Él no aterrizó tan bien como yo quería que lo hiciera.”
“Ella aterrizó mal. Porque aterrizó mal estoy enojada.”
Cuando no la hacemos al otro lado, y en lugar caemos a la orilla arenosa, las ardillas dicen otras cosas, sus ojos llenos de felicidad.
“Me hace reír que no la hizo al otro lado.”
“Estoy muy feliz de que haya caído y de que parece que está lastimado.”
No sé por qué las ardillas nos ven, o por qué nos hablan. Ellas no intentan brincar el hueco. El correr y el saltar se siente tan bien—hasta cuando no ganamos o nos caemos al hueco se siente tan bien cuando corremos y saltamos—y cuando terminamos las ardillas nos están hablando a nosotros y una a otra en sus pequeñas voces nerviosas.
Nosotros vemos a las ardillas y nos preguntamos por qué están ahí. Queremos que corran y salten con nosotros pero ellas no lo hacen. Ellas se sientan y hablan sobre las cosas que hacemos. A veces uno de los perros, irritado más allá de la tolerancia, captura a una ardilla con su boca y la tritura. Pero luego la siguiente noche están de regreso, todas las ardillas, más de ellas. Siempre más.
Esta noche voy a correr contra Edward y me siento bien. Mis ojos se sienten bien, como que voy a ver todo antes de que tenga que hacerlo. Veo colores como tú escuchas aviones jet.
Cuando corremos al lado del arroyo me siento fuerte y veloz. Hay espacio para que ambos corramos y yo quiero correr a lo largo del arroyo, quiero correr al lado de Edward y luego saltar. Es todo lo que puedo ver, el salto, la distancia debajo de nosotros, el momentum llevándome al otro lado del hueco. No manches, a veces solo quiero que este sentimiento se quede y dure.
Esta noche corro y Edward corre, y lo veo empujando duro, y sus garras agarrando, y parece que los dos estamos agarrando la misma cosa, agarrando hacia la misma cosa. Pero seguimos agarrando y agarrando y hay suficiente para que los dos agarremos, y después de nosotros habrá otros que agarrarán de esta tierra del arroyo y siempre siempre será así.
Edward me está empujando un poco mientras corro. Edward me está empujando, chocando contra mi. Todo lo que quiero es correr pero él está gritando y chocando conmigo, intentando morderme. Todo lo que quiero es correr y luego saltar. Estoy diciéndole que si los dos solo corremos y saltamos sin chocar ni morder vamos a correr más rápido y saltar más lejos. Seremos más fuertes y haremos cosas más hermosas. Él me muerde y choca conmigo y me grita de cosas mientras corremos. Cuando llegamos a la vuelta él me intenta hacer chocar contra el árbol. Me derrapo y luego encuentro mi equilibrio y sigo corriendo. Lo alcanzo rápido y porque soy más veloz lo alcanzo y lo rebaso y estamos en la recta y agarro velocidad, la reúno de todos lados, atraigo la energía de todo lo que vive a mi alrededor, se conduce a través de la tierra y mis garras mientras yo agarro y agarro y consigo toda la velocidad y luego veo el espacio. Dos zancadas más y salto.
Lo deberías hacer alguna vez. Soy un cohete. Mi tiempo sobre el hueco es una vida. Soy una nube, tan lenta, por un instante soy una nube lenta cuyo movimiento es elegante, indiferente, como el sueño.
Luego todo se acelera y las hojas y la tierra negra vienen hacia mi y yo aterrizo y me derrapo, mis garras llenándose de tierra y arena. Logro saltar el espacio por medio metro y volteo a ver a Edward brincando, y la cara de Edward mirando al otro lado, mirando a mi lado del espacio, y sus ojos aún en el pasto, explotando por él, y luego se está cayendo, y solo sus patas delanteras, sus garras, aterrizan sobre la orilla. Él grita algo mientras agarra, sus ojos intentando jalar el resto de él hacia arriba, pero se desliza hacia abajo por la orilla.
Él está bien pero en el pasado otros se han lastimado. Un perro, Wolfgang, murió aquí, hace años. Los otros perros y yo saltamos hacia abajo para ayudar a Edward a subir. Él está gimiendo pero está feliz de que estábamos corriendo juntos y de que saltó.
Las ardillas dicen cosas.
“Ese no fue tan buen salto.”
“Ese fue un terrible salto.”
“Él no estaba intentando lo suficiente cuando saltó.”
“Mal aterrizaje.”
“Pésimo aterrizaje.”
“Su mal aterrizaje me hace enojar mucho.”
Yo corro el resto de la pista solito. Termino y regreso y veo las otras carreras. Veo y me gusta verlos correr y saltar. Somos suertudos de tener estas piernas y este suelo, y que nuestros músculos funcionan con velocidad y que nuestra sangre se agita y de que podemos verlo todo.

Después de que todos corremos nos vamos a casa. Pocos de los perros viven al otro lado de la autopista, donde hay más tierra. Algunos viven por donde yo vivo, y trotamos juntos de regreso, cruzamos el bosque y fuera por la entrada y de regreso a las calles y los edificios con las luces azules brincando adentro. Ellos saben tan bien como yo sé. Ellos ven a los hombres y las mujeres hablando por el vidrio y diciendo nada. Ellos saben que adentro los niños están empujando sus juguetes por los suelos de madera. Y en sus camas la gente se estira por las sábanas, jalando, sus pies pataleando.
Rasco la puerta y pronto la puerta se abre. Piernas blancas desnudas debajo de una bata roja. Pelos negros corren por la piel blanca. Me como la comida y voy al cuarto y espero a que se duerman. Yo duermo al pie de la cama, sobre sus pies, sintiendo el aire de la ventana que apenas está abierta entrando de manera fresca y familiar. En el cuarto de al lado, las gemelas flacas duermen junto a su casa de muñecas.
La siguiente noche camino solito al bosque, mis garras taconeando en el cemento. El hombre que duerme duerme cerca de la puerta, sus manos entre sus rodillas, rezando. Veo a un grupo de hombres cantando en la esquina bien borrachos, pero son perfectos. Sus voces se juntan y pulen el aire entre ellos, sus voces libres y perfectas salen de sus bocas viejas y borrachas. Me siento y los veo hasta que me notan.
“Sácate de aquí, pinche perro.”
Veo los edificios terminar y espero al tren por las ramas. Espero y casi puedo escuchar el canto todavía. Espero y ya no quiero esperar pero entre más espero más espero que el tren sí llegue. Veo a un cuervo rebotar enfrente de mi, su cabeza pivoteando, paranoico. Luego el tren suena desde la parte negra y densa del bosque, donde no se puede ver, luego se puede ver, pasando por las partes ligeras del bosque, y sale disparado, los cuadritos verdes brillando y adentro los cuerpos con sus camisas blancas. Intento remojarme de esto. Esto no puedo creer que merezco. Quiero cerrar mis ojos para sentir esto más pero luego me doy cuenta de que no debería cerrar mis ojos. Mantengo mis ojos abiertos y veo y luego el tren se fue.
Esta noche corro contra Susan. Susan es una retriever, pequeña, veloz y bella con ojos negros. Arrancamos, a través de la entrada, por el negro-oscuro interior y fuera hacia el prado. En el prado respiramos el aire y sentimos la luz de la luna parcial. Tenemos sombras negras que se extienden a lo largo del pasto verde-gris. Corremos y nos miramos y sonreímos porque ambos sabemos lo bueno que esto es. Tal vez Susan es mi hermana.
Luego estamos llegando al segundo bosque y nos lanzamos como sexo y damos las vueltas, pasamos la curva donde Edward me empujó, y luego a lo largo del arroyo. Estamos corriendo juntos y no realmente compitiendo. Queremos que el otro corra más rápido, mejor. Nos miramos el uno al otro enamorados con nuestros movimientos y fuerza. Susan es tal vez mi mamá.
Luego la recta antes del brinco. Ahora tenemos que pensar en nuestras propias piernas y músculos y ritmo antes de saltar. Susan me voltea a ver y sonríe de nuevo pero se ve cansada. Dos zancadas más y salto y entonces soy la nube lenta mirando las caras de mis amigos, los otros perros fuertes, luego el suelo duro llega a mi y aterrizo y escucho su grito. Volteo a ver su cara cayendo y corro a la orilla. Robert y Victoria ya están ahí abajo con ella. Su pierna está rota y sangrando de la articulación. Grita y luego gime, sabiéndolo ya todo.
Las ardillas están arriba y hablando.
“Bueno, parece que le pasó lo que se merece.”
“Eso te pasa cuando no brincas bien.”
“Si fuera una mejor saltadora esto no hubiera pasado.”
Algunas de ellas se ríen. Franklin está enojado. Camina despacio a donde están sentadas; no se mueven. Toma a una de ellas en su mandíbula y todos sus huesos crujen. Sus voces siempre están hablando pero se nos olvida que son tan pequeñas, sus cabecitas y huesitos. Las demás salen corriendo. Él avienta a la ardilla quebrada al agua lenta.
Nos vamos a casa. Troto a los edificios con Susan en mi espalda. Pasamos las ventanas brillando de azul y los hombres en el food truck con la música a todo lo que da. La llevo a casa y rasco su puerta hasta que la dejan pasar. Me voy a casa y veo a las gemelas flacas con su casa de muñecas y voy al cuarto con la cama y caigo dormido antes de que lleguen.

La siguiente noche no quiero ir al bosque. No puedo ver a alguien caer, y no puedo escuchar a las ardillas, y no quiero que Franklin las aplaste en su mandíbula. Me quedo en casa y juego con las gemelas en sus pijamas. Me ponen sobre una funda de almohada y me jalan por los pasillos. Me encanta la velocidad y se ríen. Tomamos curvas donde me topo contra paredes y se ríen. Corro lejos de ellas y luego hacia ellas y por debajo de sus piernas. Gritan, les encanta. Las quiero tanto, a estas gemelas, y quiero que vengan y corran conmigo. Me quedo con ellas esta noche y luego me quedo en casa por días. Me alejo de las ventanas. Está calientito en la casa y como más y me siento con ellas mientras ven la tele. Llueve por una semana.
Cuando voy al bosque otra vez, después de diez días fuera, Susan ha perdido su pierna. Todos los perros están ahí. Susan tiene tres piernas, una venda alrededor de su hombro. Su sonrisa es una cosa nueva y más frágil. Hace más frío y el viento es gacho y penetrante. Mary dice que la lluvia ha agrandado al arroyo, su corriente está demasiado fuerte. El brinco sobre el drenaje es más ancho ahora, así que decidimos que no vamos a hacerlo.
Corro contra Franklin. Franklin todavía está enojado por lo de la pierna de Susan; ninguno de nosotros puede creer que cosas así pasan, que ella perdió una pierna y ahora cuando sonríe parece que está pidiendo morir.
Cuando llegamos a la recta me siento tan fuerte que sé que voy a seguirle. No estoy seguro de que la voy a hacer pero sé que puedo saltar y llegar lejos, más lejos que nunca, y sé que estaré flotando como una nube por tanto tiempo. Quiero esto. Quiero esto tanto, el flotar.
Corro y veo a las ardillas y sus bocas ya están formando las palabras que van a decir si no la hago al otro lado. En la recta Franklin se para y me grita para que yo pare pero son unas cuantas zancadas más y nunca me había sentido tan fuerte así que salto sí salto. Floto por mucho tiempo y lo veo todo. Veo mi cama y las caras de mis amigos y parece que ya lo saben.
Cuando mi cabeza golpeó fue obvio. Mi cabeza golpeó y hubo un momento en el cual aún podía ver—vi la cara de Susan, sus ojos bien abiertos, vi ramas entrecruzadas sobre mi y luego la corriente me llevo y caí.
Después de que me caí y estaba fuera de vista las ardillas hablaron.
“No debió haber saltado ese salto.”
“La neta se vió muy tonto cuando se pegó en la cabeza y se deslizó al agua.”
“Era un idiota.”
“Todo lo que hizo no tuvo valor.”
Franklin estaba enojado y agarró cinco o seis de ellas con su boca, triturándolas, aventándolas una después de otra. Los otros perros miraron; ninguno sabía si la matanza de ardillas los hacía feliz o no.

Después de que morí, muchas cosas pasaron que no esperaba.
La primera es que ahí estaba, adentro de mi cuerpo, por un buen tiempo. Estaba en el fondo del río, atorado entre palos y ramas, por seis días. Estaba muerto, pero ahí estaba todavía, y podía ver con mis ojos. Podía moverme adentro de mi cuerpo como si fuera una bolsa floja y calientita. Dormía en esa bolsa floja y calientita, como si fuera una pequeña casa de pelaje. De vez en cuando podía mirar por los ojos de la bolsa, para ver que pasaba afuera, en el río. Nunca vi mucho a través del agua sucia.
Ya me habían aventado al río antes, un río diferente, cuando era joven por un hombre porque yo no quería pelear. Se suponía que yo tenía que pelear y él me pateó y me pegó en la cabeza e intentó hacer que yo fuera malo. Yo no sabía por qué me pateaba, me pegaba. Yo quería que él fuera feliz. Quería que las ardillas saltaran y fueran tan felices como nosotros los perros. Pero ellas son diferentes a nosotros, y el hombre que me aventó al río también era diferente. Yo pensé que todos eramos iguales pero mientras estaba en mi cuerpo muerto y miraba el turbio suelo del río yo supe que algunos quieren correr y algunos tienen miedo de correr y tal vez ellos están arruinados y están enojados por eso.
Dormí en mi saco de cuerpo quebrado en el fondo del río, y me pregunté qué pasaría. Estaba oscuro adentro, y rancio, y el aire era difícil de inhalar. Me canté a mi mismo.
Después del sexto día me desperté y todo brillaba. Sabía que estaba de regreso. Ya no estaba en ese saco suelto sino que ahora estaba en un cuerpo como el mío, de antes; era el mismo. Me paré y estaba en un valle enorme de botones de oro. Podía oler su olor y caminé a través de las flores, mis ojos al nivel del amarillo, una línea borrosa de amarillo. Mi cabeza pesaba por la belleza del amarillo todo borroso. Amé respirar así de nuevo, y verlo todo.
Debería decir que es casi que lo mismo aquí que allá. Hay más montes, y más cascadas, y las cosas son más limpias. Me gusta. Cada día camino por un buen rato, y no tengo que caminar de regreso. Puedo caminar y caminar, y cuando me canso me duermo. Cuando me despierto, puedo seguir caminando y nunca extraño donde comencé y no tengo casa.
Aún no he visto a nadie. No extraño el cemento raspando mis pies, o los edificios con los hombres durmiendo, alcanzando. A veces extraño a los otros perros y correr.
La gran sorpresa es que resulta que Dios es el sol. Hace sentido, si lo piensas. Por qué no lo vimos antes no lo sé. Cada día el sol estaba justo ahí, en llamas, nuestro planeta y los demás flotando alrededor de él, siempre pidiendo disculpas, y nosotros no pensamos que era Dios. ¿Por qué habría un Dios y también un sol? Claro que Dios es el sol.
Todos en la vida anterior estaban de malas, yo creo, porque solo querían saber.


«After I Was Thrown in the River and Before I Drowned»—extraído de los archivos públicos de North Dakota State University.

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«El Corazón Delata»—Edgar Allan Poe

¡Es verdad!—nervios—muchos, muchos, horrorosos nervios he tenido y tengo; pero, ¿por qué dirías que estoy mal de la cabeza? La enfermedad ha agudizado mis sentidos—no los ha destruido—ni los ha debilitado. Sobre todo estaba agudizado el sentido de escuchar. Escuché todas las cosas en el cielo y en la tierra. Escuché muchas cosas en el infierno. ¿Cómo, entonces, es que me he perdido en la locura? ¡Escucha! y observa qué tan sanamente—qué tan tranquilamente te puedo contar la historia entera.

Es imposible decir cómo la idea entró a mi cerebro; pero una vez concebida, me persiguió día y noche. Sin objetivo. Sin pasión. Yo amaba al viejo. Él nunca me hizo mal. Nunca me insultó. De su oro no tenía yo deseo alguno. ¡Yo creo que fue su ojo, sí, fue eso! Uno de sus ojos parecía el de un buitre—un ojo azúl pálido, con una ligera capa sobre él. Cuando el ojo caía en mi dirección, mi sangre se enfriaba; y por grados—poco a poco—me convencí de quitarle la vida a ese viejo, y entonces deshacerme de ese ojo para siempre.

Ahora este es el punto. Tú crees que sufro de locura. Los locos no saben nada. Pero me hubieras visto. Hubieras visto qué tan sabiamente procedí—con qué cuidado—con qué precaución—¡con qué disimulo me fui a hacer ese trabajo! Nunca fui tan amable con el viejo como lo fui la semana entera antes de que lo matara. Y cada noche, como a medianoche, giraba la perilla de su puerta para abrirla—¡oh, tan suavemente! Y luego, cuando ya la había abierto lo suficiente para mi cabeza, metía una linterna oscura, toda cerrada, cerradita, para que nada de luz saliera, y metía mi cabeza. Ay, ¡te hubieras muerto de risa viendo lo astutamente que metía la cabeza! La movía muy despacio—muy, muy despacio, para no molestar el sueño del viejo. Me tomaba una hora entera meter mi cabeza lo suficiente como para verlo acostado en su cama. Jaja—¿crees que alguien demente tendría la sabiduría como para hacer esto? Y luego, cuando mi cabeza ya estaba bien adentro del cuarto, abría la linterna con cuidado—ay, con tanto cuidado—con muchísimo cuidado (ya que rechinaba)—la abría solo poquito, para que un solo rayo delgado de luz cayera en el ojo de buitre. Y esto lo hice por siete largas noches—cada noche justo a medianoche—pero siempre encontré el ojo cerrado; así que era imposible hacer el trabajo; ya que no era el viejo el que me sacaba de onda, era su Ojo Maligno. Y cada mañana, cuando el día comenzaba, entraba sin miedo a su cuarto, y le hablaba con coraje, llamándolo por su nombre con ganas, preguntándole cómo había pasado la noche. Así que ya ves, él hubiera sido un viejo demasiado profundo, de seguro, como para sospechar que cada noche, justo a las doce, yo lo miraba mientras dormía.

En la octava noche tuve hasta más cuidado de lo normal al abrir su puerta. El minutero de un reloj se mueve más rápido que mi mano. Nunca antes había sentido el alcance de mis propios poderes—de mi inteligencia. Apenas podía contener mis sentimientos de triunfo. Y pensar que ahí estaba, abriendo la puerta, poco a poco, y él ni podía soñar de lo que yo hacía y pensaba, en secreto. La idea me dio un poco de risa; y tal vez me escuchó reír; ya que de repente se movió en su cama, como sorprendido. Ahora podrías pensar que me dio miedo y me rajé—pero no. Su cuarto estaba tan negro como el vacío, una oscuridad densa (ya que las persianas estaban cerradas con seguro, por temor a los ladrones), entonces ya sabía que él no podía ver la apertura de la puerta, y empujé más y más, sin parar.

Tenía mi cabeza adentro, y estaba a punto de abrir la linterna, cuando mis dedos se resbalaron por el cierre de metal, y el viejo se levantó en la cama, gritando—“¿Quién anda ahí?”

No me moví y no dije nada. Por una hora entera no moví ni un músculo, y en todo ese tiempo no lo escuché acostarse. Todavía estaba sentado en la cama, escuchando;—justo como yo lo había hecho, noche tras noche, escuchando a los relojes de muerte de la pared.

Escuché un ligero gemido, y sabía que era el gemido de terror mortal. No era un gemido de dolor o de tristeza—¡oh, no!—era el sonido bajo y ahogado que viene del fondo de un alma cuando se sobrecarga de temor. Ya conocía bien ese sonido. Muchas noches, justo a medianoche, cuando todo el mundo duerme, ha salido de mi propio pecho, fortaleciendo más y más, con su terrible eco, los terrores que me distraían. Te digo que lo conocía bien. Sabía lo que el viejo sentía, y me daba lástima, aunque en el corazón me reía. Sabía que había estado acostado despierto desde el primer ruidito, cuando lo vi moverse en la cama. Sus miedos solo se habrían incrementado desde entonces. Seguro había estado intentando invalidar sus miedos, pero no lo logró. Se había estado diciendo a sí mismo—“No es nada, viento en la chimenea—solo es un ratón cruzando por el piso,” o, “Es solo un grillo, haciendo lo suyo.” Sí, había estado intentando hacerse sentir mejor con estos pensamientos: pero todo en vano. Todo en vano; porque la Muerte, al acercarse, lo había estado acosando con su propia sombra, cubriendo al viejo, su víctima. Y era la triste influencia de esta sombra que le había causado sentir—aunque ni la vio, ni la escuchó—sentir la presencia de mi cabeza en el cuarto.

Cuando ya había esperado un buen rato, muy pacientemente, sin escuchar que se acostara, decidí abrir un poquito—una pequeña, pequeña apertura en la linterna. Así que la abrí—no te imaginas el silencio y cuidado—hasta que un rayo de luz tan delgado como el hilo de una telaraña se disparó desde la apertura hasta el ojo de buitre.

Estaba abierto—bien, bien abierto—y me enojé, pura furia, mientras lo veía. Lo vi perfectamente—un azul gastado, con una capa horrible que enfriaba mis huesos hasta la médula; pero no podía ver nada más de la cara del viejo, o de su persona: ya que había dirigido el rayo como por instinto precisamente al maldito ojo.

Y ahora, ¿no te he dicho que lo que confundes por locura es solo súper agudeza de los sentidos?—ahora, te digo, viene a mis oídos un sonido bajo, callado, y rápido, como el de un reloj cubierto en algodón. Conocía ese sonido bien, también. Era el latido del corazón del viejo. Me enfureció más, tal y como el sonido de un tambor estimula a un soldado hacia el coraje.

Pero aún así me aguanté. Apenas y respiré. Sostuve la linterna sin moverme. Intenté con todo mi ser mantener el rayo justo en su ojo. Mientras tanto el efecto infernal del corazón incrementó. Más y más rápido, y más y más fuerte cada instante. ¡El terror del viejo debió haber sido extremo! ¡Sonaba más y más duro cada momento!—¿me entiendes bien? Te he dicho que tengo nervios: así que los tengo. Y ahora, a la hora más muerta de la noche, entre todo el silencio de esa vieja casa, un sonido tan extraño como este me llenaba con un terror descontrolado. Pero aún así me aguanté, sin moverme. ¡Y el latido sonaba más y más! Pensé que el corazón explotaría. Y ahora una nueva ansiedad me agarra—¡un vecino va a escuchar este sonido! ¡La hora del viejo había llegado! Con un grito fuerte, abrí la linterna y salté hacia el cuarto. Gritó una vez—solo una vez. En un instante lo jalé al piso, y jalé la cama, bien pesada, sobre él. Luego sonreí, muy feliz, con el trabajo hecho bien hasta entonces. Pero, por muchos minutos, el corazón latió con un sonido ahogado. Esto, de todos modos, no me sacó de onda; no se escucharía a través de la pared. Después dejó de sonar. El viejo estaba muerto. Quité la cama y examiné el cuerpo. Sí, era piedra, muerto muertísimo. Puse mi mano sobre su corazón y la dejé ahí muchos minutos. No había pulso. Estaba muertísimo. Su ojo ya no me sería un problema.

Si todavía crees que sufro de locura, no creerás eso cuando te cuente de las precauciones tan sabias que tomé para esconder el cuerpo. La noche pasó mientras trabajé con prisa pero en silencio. Primero que nada, descuarticé el cuerpo. Le corté la cabeza y los brazos y las piernas.

Luego levanté tres tablas de madera del piso de su cuarto, y metí todos esos pedazos entre los espacios del suelo. Luego reemplacé las tablas de manera tan astuta que no hay ojo humano—ni siquiera el suyo—que pueda detectar algo fuera de lugar. No había nada que lavar—ninguna mancha—nada de sangre en ningún lugar. Tuve demasiado cuidado como para eso. Usé una tina—¡jajaja!

Cuando terminé de hacer todo eso, ya eran las cuatro de la mañana—todavía tan oscuro como la medianoche. Cuando la campana sonó para dar la hora, alguien tocó la puerta que da a la calle. Bajé a abrirla con un corazón ligero—porque, ¿qué tenía yo que temer? Entraron tres hombres, quienes se introdujeron, con perfecta suavidad, como policías. Un vecino escuchó un grito durante la noche; había sospechas de que algo estaba mal; llegó esta información a las oficinas policiacas, y ellos (los policías) ahora tenían que inspeccionar el lugar.

Sonreí—porque, ¿qué tenía yo que temer? Les di la bienvenida. El grito, les dije, fue uno que tuve mientras soñaba. El viejo, les mencioné, no estaba en el país. Los llevé por toda la casa. Les dije que buscaran—que buscaran bien. Los llevé a su cuarto. Les enseñé sus tesoros, seguros, sin haber sido tocados. Con total entusiasmo y confianza, jalé sillas al cuarto, y les dije que aquí mismo descansaran, mientras yo, con seguridad en la audacidad de mi perfecta victoria, me senté justo encima del lugar donde descansaba el cuerpo de la víctima.

Los oficiales estaban satisfechos. Mi manera los había convencido. Yo mostraba plena tranquilidad. Se sentaron, y mientras yo contestaba, a gusto, ellos platicaban de cosas familiares. Pero, después de un rato sentí palidez y quise que se fueran. Mi cabeza me dolía, y como que había un zumbido en mis oídos: pero se quedaron y platicaban y platicaban. El zumbido se volvió más claro:—siguió y se volvió más claro: hablé más para deshacerme de ese sentimiento: pero continuó y tomó más claridad—hasta que, al fin, encontré que el ruido no estaba dentro de mis oídos.

Seguro me puse de color amarillo;—pero hablé con más fluidez, y con una voz más aguda. Y aún así el sonido se volvió más fuerte—¿y qué podía hacer? Era un sonido bajo, callado, y rápido, como el de un reloj cubierto en algodón. No podía respirar—y aún así los policías no lo escuchaban. Hablé más rápido—más y más, hablé y hablé; pero el ruido incrementaba sin parar. Me paré y empecé a discutir estupideces, en voz aguda y de manera violenta; pero el ruido solo incrementaba, más y más. ¿Por qué no se iban? Caminé por el cuarto pisoteando fuerte, como si las observaciones de estos hombres me emocionaran mucho—pero el ruido crecía, más y más. ¡Ay güey! ¿Qué podía hacer? Me enfurecí—pura rabia—¡puras groserías! Mandé volando mi silla, golpeando y raspando toda la madera, pero nada, el ruido incrementó sobre todo y siguió incrementando. Creció más—y más—¡y más! Y aún así los hombres platicaban, sonriendo. ¿Será que no escuchaban? ¡Por dios!—no, ¡no! Ellos escucharon—¡sospecharon!—¡supieron!—¡se estaban burlando de mi horror!—eso pensé, y eso pienso. ¡Pero cualquier cosa era mejor que esa agonía! ¡Cualquier cosa era más tolerable! ¡No podía más con esas sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir!—y ahora—¡otra vez!—¡escucha! ¡más y más y más y más fuerte!—

“¡Villanos!” grité, “¡Ya dejen de fingir! ¡Lo admito!—Levanten las tablas del suelo, ¡aquí, aquí!—¡es el latido de este horrible corazón!”


«The Tell-Tale Heart»—extraído de The Works of Edgar Allan Poe, publicado en The Project Gutenberg en abril del 2000.

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cuentos Ficción

«Todd»—Etgar Keret

Mi amigo Todd quiere que le escriba un cuento que le ayude a llevar chicas a su cama.
“Ya has escrito cuentos que hacen a las chicas llorar,” dice. “Y unos que las hace reír. Así que ahora escribe uno que las haga brincar a la cama conmigo.”
Le intento explicar que no funciona de esa manera. Es cierto, hay algunas chicas que lloran cuando leen mis cuentos, y hay algunos chicos que—
“Olvida a los chicos,” Todd interrumpe. “Los chicos no me las hacen. Te lo digo de neta, para que no escribas un cuento que lleve a cualquiera que lo lea a mi cama, solo chicas. Te lo digo para evitar penas.”
Así que le explico de nuevo, en mi tono paciente, que no funciona de esa manera. Un cuento no es un hechizo mágico o hipnoterapia; un cuento solo es una manera de compartir con otras personas algo que sientes, algo íntimo, a veces hasta vergonzoso, que—
“Va,” Todd interrumpe de nuevo, “entonces hay que compartir algo vergonzoso con tus lectores que haga que las chicas brinquen a la cama conmigo.” Todd solo no escucha. Nunca escucha, por lo menos a mi no.
Conocí a Todd en un evento de lectura que organizó en Denver. Esa noche, cuando habló de los cuentos que amaba, se emocionó tanto que comenzó a tartamudear. Tiene mucha pasión, ese Todd, y mucha energía, y es obvio que no sabe realmente a dónde canalizarlo todo. No platicamos mucho, pero vi de inmediato que era una persona lista y un mensch. Alguien en quién puedes depender. Todd es el tipo de persona que quieres a tu lado en una casa en llamas o en un barco que se hunde. El tipo de güey que sabes que no saltará a un bote salvavidas dejándote atrás.
Pero en este momento no estamos en una casa en llamas o en un barco que se hunde, solo estamos bebiendo lattés de leche de soya orgánica en una cafetería naturista toda funky en Williamsburg. Y eso me pone un poco triste. Porque si hubiera algo quemándose o hundiéndose en el área, podría recordar por qué me cae bien, pero cuando Todd comienza a fastidiarme con que le escriba un cuento, es difícil de digerir.
“Titula el cuento ‘Todd el Hombre,’” me dice. “O tan solo ‘Todd.’ ¿Sabes qué? Solo ‘Todd’ está mejor. Así, las chicas que lo lean no sabrán hacia dónde va el cuento, y luego, al final, cuando llegue—bam! No sabrán qué les pegó. De repente, todas me verán diferente. De repente, todas sentirán su pulso palpitar en sus sienes, y tragaran saliva y dirán, ‘Dime, Todd, ¿vives por aquí?’ o ‘Detente, no me veas así,’ pero en un tono que realmente dice lo opuesto: ‘Por favor, por favor, sigue mirándome así,’ y las miraré, y sucederá, de repente, como si no tuviera nada que ver con el cuento que tú escribiste. Eso es todo. Ese es el tipo de cuento que quiero que escribas para mi. ¿Entiendes?”
Y le digo, “Todd, no te he visto en un año. Cuéntame qué te ha estado pasando, ¿qué hay de nuevo? Pregúntame cómo estoy, cómo está mi hijo.”
“No hay nada de nuevo conmigo,” dice impacientemente, “y no necesito preguntarte sobre tu hijo, ya sé todo sobre él. Te escuché en la radio hace unos días. Todo lo que hiciste en esa jodida entrevista fue hablar de él. Cómo dijo esto y cómo dijo lo otro. El entrevistador te pregunta sobre escribir, sobre la vida en Israel, sobre la amenaza Iraní, y como mandíbula de Rottweiler, te enganchas a frases de tu hijo, como si fuera algún tipo de genio Zen.”
“De verdad es muy listo,” digo defensivamente. “Tiene un ángulo de vida único. Diferente al de nosotros, los adultos.”
“Bien por él,” Todd se queja. “Entonces, ¿qué? ¿Me vas a escribir ese cuento o no?”
Así que estoy sentado en la madera falsa del escritorio de plástico del hotel de cinco estrellas falsas que son tres estrellas que el consulado Israelí rentó para mi por dos días, intentando escribirle a Todd su cuento. Me cuesta trabajo encontrar algo en mi vida que esté lleno del tipo de emoción que hará que las chicas brinquen a la cama de Todd. No entiendo, por cierto, qué problema tiene Todd con encontrar chicas por su cuenta. Es un güey que se ve bien y es bastante encantador, el tipo que embaraza a una mesera guapa de algún comedor en algún pueblo pequeño y se larga. Tal vez ese es el problema: no proyecta lealtad. Hacia las mujeres, quiero decir. Románticamente hablando. Porque cuando se trata de casas en llamas o barcos que se hunden, como ya lo he dicho, puedes contar en él hasta el final. Así que tal vez eso es lo que debería escribir: un cuento que haga que las chicas piensen que Todd será fiel. Que podrán confiar en él. O lo opuesto: un cuento que le haga claro a todas las chicas que lo lean que la lealtad y la confianza están sobrevalorados. Que tienes que seguir a tu corazón a todo lo que da y no preocuparte sobre el futuro. Sigue a tu corazón y encuéntrate embarazada mucho después de que Todd se haya largado a organizar una lectura de poesía en Marte, patrocinado por NASA. Y durante la transmisión en vivo, cinco años después, cuando le dedique el evento a ti y a Sylvia Plath, podrás apuntar con un dedo a la pantalla en tu sala y decir, “¿Ves ese hombre en el traje espacial, Todd Junior? Ése es tu papá.”
Tal vez debería escribir un cuento sobre eso. Sobre una mujer que conoce a alguien como Todd, y es encantador y está a favor del amor libre y eterno y toda esa mierda en la que creen los hombres que quieren cogerse a todo el mundo. Y le da una apasionada explicación sobre la evolución, sobre cómo las mujeres son monógamas porque quieren a un hombre para proteger a sus hijos, y sobre cómo los hombres son polígamos porque quieren impregnar al mayor número de mujeres posible, y no hay nada que puedas hacer al respecto, es la naturaleza, y es más fuerte que cualquier candidato conservador a la presidencia, o cualquier artículo de Cosmopolitan llamado “Cómo Aferrarte a Tu Esposo.”
“Tienes que vivir en el momento,” el tipo en el cuento dirá, luego se acostará con ella y le romperá el corazón. Él nunca actuará como cualquier mierda que ella puede olvidar fácilmente. Él actuará como Todd. Lo que significa que aún cuando le jode la vida entera, él será amable y lindo y exhaustivamente intenso, y—sí—también conmovedor. Y eso hará que todo ese negocio de dejarlo sea aún más difícil. Pero al final, cuando suceda, ella se dará cuenta que la relación aún valió la pena. Y esa es la parte difícil: la parte de “Aún valió la pena.” Porque puedo conectar con el resto del escenario como un celular al internet, pero la parte de “Aún valió la pena” es más complicada. ¿Qué podría obtener la chica del cuento de todo ese accidente de golpe y fuga con Todd además de otra triste abolladura en su alma?
“Cuando se despertó en la cama, él ya se había ido,” Todd lee la página en voz alta, “pero su olor se quedó. El olor de las lágrimas de un niño cuando hace un berrinche en la juguetería…”
Se detiene de repente y me mira decepcionado. “¿Qué es esta mierda?” me pregunta. “Mi sudor no huele. No mames, yo ni sudo. Compré un desodorante especial que está activo las veinticuatro horas del día, y no solo me lo pongo en las axilas, sino en todo mi cuerpo, hasta en mis manos, por lo menos dos veces al día. Y el niño… qué manera de arruinarlo, güey. Una chica que lea un cuento como este—ni de chiste viene conmigo.”
“Léelo hasta el final,” le digo. “Es un buen cuento. Cuando terminé de escribirlo, lloré.”
“Bien por ti,” Todd dice. “Doble bien por ti. ¿Sabes cuándo fue la última vez que lloré? Cuando me caí de mi bici de montaña y me abrí el cráneo y necesité veinte puntadas. Eso es dolor, también, y no tenía seguro médico, tampoco, entonces, mientras me cosían, no podía ni gritar y sentirme mal por mi mismo como cualquier otra persona, porque yo tenía que pensar de dónde sacaría ese dinero. Esa fue la última vez que lloré. Y el hecho de que tú lloraste, es conmovedor, de verdad, pero no resuelve mis problemas con las chicas.”
“Solo intento decir que es un buen cuento,” le digo, “y que me da gusto que lo escribí.”
“Nadie te pidió que escribieras un buen cuento,” dice Todd, enojándose. “Te pedí que escribieras un cuento que me ayude. Que le ayude a tu amigo lidiar con un problema real. Es como si te hubiera pedido donar sangre para salvar mi vida y en vez escribes un buen cuento y lloras cuando lo lees en mi funeral.”
“No estás muerto,” digo. “Ni siquiera te estás muriendo.”
“Sí lo estoy,” Todd grita, “lo estoy. Me estoy muriendo. Estoy solo y para mi, solo es como pinche muerto. ¿No ves eso? Yo no tengo un hijo locuaz en kinder cuyos comentarios inteligentes puedo compartir con mi hermosa esposa. No lo tengo. ¿Y este cuento? No dormí toda la noche. Solo me acosté en la cama y pensé: Ya casi está aquí, mi amigo escritor de Israel está a punto de lanzarme un salvavidas, y ya no estaré solo. Y mientras estoy aquí con ese pensamiento alentador, tú estás sentado, escribiendo un cuento hermoso.”
Hay una pequeña pausa, y al final le digo a Todd que lo siento. Las pequeñas pausas sacan eso de mi. Todd asiente con la cabeza y dice que no me preocupe. Que él mismo se dejó llevar un poco de más. Es totalmente su culpa. Nunca me debió haber pedido hacer una cosa tan estúpida, para empezar, pero estaba desesperado. “Se me olvidó por un minuto que tú eres tan estricto sobre escribir que necesitas metáforas y percepciones y todo eso. En mi imaginación era más sencillo, más divertido. No una obra maestra. Algo ligero. Algo que comienza con ‘Mi amigo Todd me pidió que le escriba un cuento que le ayude a llevar chicas a su cama’ y termina con algún truco cool postmodernista. Ya sabes, sin sentido, pero no ordinariamente sin sentido. Sexy sin sentido. Misterioso.”
“Puedo hacer eso,” le digo después de otra pequeña pausa. “Puedo escribir uno así, también.”


Extraído de la revista en línea Electric Literature publicada el 27 de marzo del 2013.

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«El Gran Silencio» — Ted Chiang

Los humanos usan Arecibo para buscar inteligencia extraterrestre. Su deseo de hacer conexión es tan fuerte que han creado un oído capaz de escuchar a través del universo.
Pero mis compañeros loros y yo estamos justo aquí. ¿Por qué no están interesados en escuchar nuestras voces?
Somos una especie no-humana capaz de comunicarnos con ellos. ¿No somos exactamente lo que los humanos están buscando?

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El universo es tan vasto que la vida inteligente seguramente debe haber surgido muchas veces. El universo es también tan viejo que incluso una especie tecnológica habría tenido tiempo de expandirse y llenar la galaxia. Y aún así no hay señal de vida en ningún lugar más que en la Tierra. Los humanos llaman a esto la Paradoja de Fermi.
Una solución propuesta a la Paradoja de Fermi es que las especies inteligentes intentan activamente ocultar su presencia, para evitar ser el blanco de invasores hostiles.
Hablando como miembro de una especie que casi ha sido llevada a la extinción por los humanos, yo puedo corroborar que esta es una sabia estrategia.
Hace sentido permanecer en silencio y evitar llamar la atención.

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La Paradoja de Fermi a veces es conocida como el Gran Silencio. El universo debe ser una cacofonía de voces, pero en vez es desconcertantemente silencioso.
Algunos humanos teorizan que las especies inteligentes se vuelven extintas antes de que puedan expandirse al espacio exterior. Si están en lo correcto, entonces la calma del cielo nocturno es el silencio de un cementerio.
Hace cientos de años, mi especie era tan abundante que el Bosque de Río Abajo retumbaba con nuestras voces. Ahora ya casi nos vamos por completo. Pronto, puede que esta selva tropical sea tan silenciosa como el resto del universo.

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Había un loro gris africano llamado Alex. Era famoso por sus habilidades cognitivas. Digo, famoso entre los humanos.
Una investigadora humana llamada Irene Pepperberg pasó treinta años estudiando a Alex. Encontró que Alex no solo sabía las palabras para figuras y colores, en realidad entendía los conceptos de figura y color.
Muchos científicos se mostraron escépticos de que un pájaro pudiera comprender conceptos abstractos. A los humanos les gusta pensar que son únicos. Pero eventualmente Pepperberg los convenció de que Alex no solo estaba repitiendo palabras, sino que entendía lo que estaba diciendo.
De todos mis primos, Alex fue el que más se acercó a ser tomado en serio como un compañero de comunicación por los humanos.
Alex murió repentinamente, cuando aún era relativamente joven. La noche antes de que muriera, Alex le dijo a Pepperberg, “Tú sé buena. Te amo.”
Si los humanos están buscando una conexión con un no-humano inteligente, ¿qué más pueden pedir?

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Cada loro tiene un llamado único que usa para identificarse; los biólogos se refieren a esto como el “llamado de contacto” del loro.
En 1974, los astrónomos usaron Arecibo para transmitir un mensaje hacia el espacio exterior con la intención de demostrar inteligencia humana. Ese fue el llamado de contacto de la humanidad.
En la naturaleza, los loros nos dirigimos por nuestros nombres. Un pájaro imita el llamado de contacto del otro para llamar su atención.
Si los humanos alguna vez detectan el mensaje de Arecibo siendo enviado de regreso a la Tierra, sabrán que alguien está intentando llamar su atención.

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Los loros somos aprendices vocales: aprendemos a hacer nuevos sonidos después de que los escuchamos. Es una habilidad que pocos animales poseemos. Un perro puede entender docenas de comandos, pero nunca hará nada más que ladrar.
Los humanos también son aprendices vocales. Tenemos eso en común. Así que los humanos y los loros comparten una relación especial con el sonido. Nosotros no solamente gritamos. Pronunciamos. Enunciamos.
Tal vez por eso los humanos construyeron Arecibo en la manera en la que lo hicieron. Un recibidor no tiene que ser un transmisor, pero Arecibo es ambos. Es un oído para escuchar, y una boca para hablar.

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Los humanos han vivido junto a los loros por miles de años, y solo recientemente han considerado la posibilidad de que podemos ser inteligentes.
Supongo que no los puedo culpar. Nosotros los loros antes pensábamos que los humanos no eran muy brillantes. Es difícil hacer sentido de un comportamiento tan diferente al tuyo.
Pero los loros son más similares a los humanos que cualquier especie extraterrestre será, y los humanos nos pueden observar de cerca; nos pueden ver al ojo. ¿Cómo esperan reconocer una inteligencia alienígena si todo lo que pueden hacer es escuchar a escondidas, desde una distancia de cien años luz?

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No es coincidencia que “aspiración” signifique ambos, la esperanza y el acto de respirar.
Cuando hablamos, usamos el aliento en nuestros pulmones para dar forma física a nuestros pensamientos. Los sonidos que hacemos son simultáneamente nuestras intenciones y nuestra fuerza de vida.
Hablo, entonces soy. Los aprendices vocales, como los loros y los humanos, somos tal vez los únicos que comprendemos completamente la verdad de esto.

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Hay un placer que viene con dar forma a los sonidos con tu boca. Es tan primitivo y visceral que, a través de su historia, los humanos han considerado la actividad como una ruta a lo divino.
Los místicos pitagóricos creían que las vocales representaban la música de las esferas, y cantaban para extraer poder de ellas.
Los cristianos pentecostales creen que cuando hablan en lenguas, están hablando el lenguaje usado por los ángeles en el cielo.
Los hindúes brahmán creen que al recitar mantras están fortaleciendo los bloques de construcción de la realidad.
Solo una especie de aprendices vocales atribuiría tal importancia al sonido en sus mitologías. Nosotros los loros podemos apreciar eso.

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De acuerdo a la mitología hindú, el universo fue creado con un sonido: “om.” Es una sílaba que contiene en ella todo lo que ha sido y todo lo que será.
Cuando el telescopio Arecibo es apuntado hacia el espacio entre las estrellas, escucha un ligero zumbido.
Los astrónomos llaman a eso el fondo del microondas cósmico. Es la radiación residual del Big Bang, la explosión que creó el universo hace catorce billones de años.
Pero también puedes pensar de eso como una reverberación apenas audible de ese “om” original. Esa sílaba fue tan resonante que el cielo nocturno seguirá vibrando mientras el universo exista.
Cuando Arecibo no está escuchando nada más, escucha la voz de la creación.

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Nosotros los loros puertorriqueños tenemos nuestros propios mitos. Son más sencillos que la mitología humana, pero creo que los humanos los disfrutarían.
Pero bueno, lamentablemente nuestros mitos están siendo perdidos a medida que mi especie se extingue. Dudo que los humanos hayan descifrado nuestro lenguaje antes de que muramos.
Así que la extinción de mi especie no solo significa la pérdida de un grupo de pájaros. También es la desaparición de nuestro lenguaje, nuestros rituales, nuestras tradiciones. Es el silenciamiento de nuestra voz.

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La actividad humana ha llevado a mi especie al borde de la extinción, pero no los culpo por eso. No lo hicieron con maldad. Solo no estaban poniendo atención.
Y los humanos crean mitos tan hermosos; qué imaginaciones tienen. Tal vez por eso es que sus aspiraciones son tan inmensas. Mira a Arecibo. Cualquier especie que pueda construir semejante cosa debe tener grandeza.
Mi especie probablemente no estará aquí mucho más tiempo; es probable que muramos antes de nuestra hora y nos unamos al Gran Silencio. Pero antes de que nos vayamos, estamos mandando un mensaje a la humanidad. Solo esperamos que el telescopio en Arecibo les permita escucharlo.
El mensaje es este:

Tú sé buena. Te amo.


Extraído de la revista en línea Electric Literature publicada el 12 de octubre del 2016.

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«El Auge del Capitalismo» — Donald Barthelme

Lo primero que hice fue un error. Pensé que había entendido el capitalismo, pero lo que había hecho fue asumir una actitud—tristeza melancólica—hacia él. Esta actitud no es correcta. Afortunadamente tu carta llegó, en ese instante. “Querido Rupert, te amo cada día. Tú eres el mundo, que es vida. Te amo te adoro estoy loca por ti. Amor, Marta.” Leyendo entre líneas, entendí tu crítica de mi actitud hacia el capitalismo. Siempre consciente de que el crítico debe “studiare da un punto di vista formalistico e semiologico il rapporto fra lingua di un testo e codificazione di un—” Pero aquí un gran pulgar mancha el texto—el pulgar del capitalismo bajo el que todos estamos. La oscuridad cae. Mi vecino continúa cometiendo suicidio, una vez cada quincena. Tengo sus suicidios programados en mi calendario porque mi función es salvarlo; una vez se me hizo tarde y pasó dos días en el piso, inconsciente. Pero ahora que he entendido que no he entendido el capitalismo, tal vez una posición menos equívoca hacia él puede ser “martillada.” Mi hija exige más Sr. Burbuja para su baño. Los barcos camaroneros bajan sus redes. Un libro llamado Humoristas del Siglo XVIII es publicado.

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El capitalismo coloca a cada hombre en competencia con sus compañeros por una parte de la riqueza disponible. Unas pocas personas acumulan grandes montones, pero la mayoría no. El sentido de comunidad cae víctima de esta lucha. El aumento de la abundancia y la prosperidad está atado a la “productividad” creciente. Una jerarquía de funcionarios se interpone entre la gente y el liderazgo. El bien de la corporación privada es considerada prioridad sobre el bien del público. El sistema del mercado mundial refuerza su control sobre los países capitalistas y aterroriza al tercer mundo. Todo es manipulado para estos fines. El rey de Jordania se sienta con su radio, invitando a desconocidos al palacio. Yo visito a mi asistente y amante. “Bueno, Azalea,” digo yo, sentado en la mejor silla, “¿qué te ha pasado desde mi última visita?” Azalea me dice lo que le ha pasado. Ha cubierto un sofá, y escrito una novela. Jack se ha portado mal. Roger ha perdido su trabajo (reemplazado por un ojo eléctrico). Los hijos de Gigi están en el hospital siendo desintoxicados, los tres. Azalea misma está muriendo de amor. Le acaricio las nalgas, que son perfección, si es que uno puede tener perfección bajo el sistema capitalista. “Es mejor casarse que quemarse,” dice San Pablo, pero San Pablo ya es muy desacreditado, ya que la dureza de sus puntos de vista no concuerda con la experiencia de las sociedades industrialmente avanzadas. Me fumo un puro, para desobedecer al gato.

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Mientras tanto, Marta se está enojando. “Rupert,” dice ella, “¡no eres mejor que un pinche perro! Si se trata del corazón de una mujer, ¡el perro más simple tiene más sensibilidad que tú!” Trato de explicar que no es mi culpa, es culpa del capitalismo. Ella no quiere escuchar nada de eso. “Yo apoyo al sistema capitalista,” dice Marta. “Nos ha dado todo lo que tenemos—las calles, los parques, las grandiosas avenidas y bulevares, los paseos y los centros comerciales—y otras cosas, también, en las que no puedo pensar ahora mismo.” Pero, ¿qué ha estado haciendo el mercado? Escaneo la lista de las quince Acciones Más Amadas:

Mascota Occidental      983,100      20⅝    +     3¼

Natomas                               912,300         58⅜       +     18½

¡Qué mierda! ¿Por qué no le entré a Natomas como le entraría a un traje fino, de los que te ganan crédito social cuando lo usas para ir al bailongo? ¡De nuevo no soy rico esta mañana! Pongo mi cabeza entre los senos de Marta, para esconder mi vergüenza.

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Honoré de Balzac fue al cine. Estaba viendo su peli favorita, El Auge del Capitalismo, con Simone Simon y Raymond Radiguet. Cuando terminó de ver la película, salió y compró una planta de impresión, por cincuenta mil francos. “De ahora en adelante,” dijo, “me voy a publicar a mi mismo, en hermosas y caras ediciones de lujo, ediciones baratas, y ediciones foráneas, y en formatos de todo tamaño, gigantescos y de bolsillo. También publicaré atlas, álbumes de estampas, colecciones de sermones, volúmenes de educación sexual, comentarios, memorias, diarios, horarios ferroviarios, periódicos, directorios telefónicos, formularios para las apuestas, manifiestos, libretos, abecedarios, obras sobre acupuntura, y libros de recetas.” Y luego Honoré salió y se emborrachó y fue a casa de su novia y, rugiendo y pisando duro en las escaleras, espantó al esposo de ésta hasta la muerte. Y el esposo fue enterrado, y todos se quedaron silenciosos alrededor de la tumba, pensando en dónde habían estado y a dónde iban, y los últimos puñados de tierra mojada fueron arrojados sobre la tumba, y Honoré estaba arrepentido.

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Los Logros del Capitalismo:

(a) El muro cortina
(b) La lluvia artificial
(c) El Rockefeller Center
(d) Los canales
(e) La mistificación

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“¡El capitalismo seguro que está soleado!” gritó el fabricante de herramientas desempleado de Laredo mientras yo iba caminando por las calles de Laredo. “¡Nada de ese nocivo miserialismo de Europa Central para nosotros!” Y en efecto, todo lo que veo a mi alrededor parece apoyar su posición. A Laredo le va muy bien ahora, gracias a la aplicación de los brillantes principios del “nuevo capitalismo.” Su Producto Bruto Laredano está al alza, y sus contradicciones internas a la baja. La cría de pez gato, una nueva iniciativa en el sector de la agroindustria, ha funcionado de maravilla. La taberna y la casa de apuestas tienen diecinueve pisos cada una. “No importa,” dice Azalea. “Todavía eres un pinche perro, aunque le hayas ‘quitado el velo a la existencia.’ ” En el Country Club de Laredo, hombres y mujeres discuten las catedrales de Francia, en donde todos acaban de estar. A algunos les gusta Tours, a algunos Lyon, a algunos Clermont. “Un piadoso temor a Dios se hace sentir en este lugar.”

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El capitalismo se levantó y se quitó el pijama. Otro día, otro dólar. Cada hombre vale lo que traerá al mercado. Al trabajo se le ha quitado el significado, el cual ha sido asignado, en vez, a la remuneración. El desempleo destruye el mundo del individuo desempleado. El subdesarrollo cultural del trabajador, una técnica de dominio, se encuentra en todas partes bajo el capitalismo reciente. La autodeterminación auténtica de los individuos es desbaratada. La conciencia falsa creada y atendida por la cultura popular perpetúa la ignorancia y la impotencia. Mechones de cabello de cuervo flotan en la superficie del Ganges… ¿Por qué no pueden limpiar el Ganges? Si los capitalistas ricos que operan las fábricas de pelucas del Ganges pudieran ser forzados a instalar barreras, en las desembocaduras de sus plantas… Y ahora el sagrado Ganges está atascado de pelo, y el río ya no sabe a dónde dirigir su flujo, y a la luz de la luna sobre el Ganges se la traga el pelo, y el agua se oscurece. ¡Por Vishnu! ¡Ésta es una situación intolerable! ¿No se debería hacer algo al respecto?

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Amigos, ¡a cenar! Los crudités están preparados, verdes y frescos… Las mejores servilletas de papel están puestas… Todos están hablando del capitalismo (aunque algunos están hablando sobre la psicología del envejecimiento, y algunos sobre el uso humano de los seres humanos, y algunos sobre las políticas de la experiencia). “¿Cómo puedes decir eso?” Azalea grita, y Marta grita, “¿Y qué hay del aire?” Tal y como una flor se mueve hacia el florista, las mujeres se mueven hacia los hombres que no son buenos para ellas. La autorrealización no debe lograrse en términos de otra persona, pero no sabes eso cuando comienzas. La negación de la negación se basa en una lectura correcta de los libros equivocados. El calor-muerte inminente del universo no es una cosa mala, porque sigue lejos de ahora. El caos es una posición, pero una débil, relacionada a esa “falta de enfoque” de la cual he olvidado hablar. ¡Y ahora los santos vienen marchando, santo sobre santo, para entregar su mensaje! Aquí están San Alberto (que le enseñó a Tomás de Aquino), y San Almaquio (martirizado al intentar poner fin a las competencias de gladiadores), y San Amador (el ermitaño), y San Andrés de Creta (cuyo “Gran Canon” recorre doscientas cincuenta estrofas), y San Antonio de las Cuevas, y San Atanasio, el Atonita, y San Aubry del Pilar, y muchos otros. “¡Escuchen!” los santos dicen. “Él, quien desea el verdadero descanso y felicidad, debe levantar su esperanza sobre las cosas que perecen y se van, y colocarla en la Palabra de Dios, para que, aferrándose a lo que permanece para siempre, él también pueda permanecer para siempre.” Y, ¡bueno! Es el mismo viejo mensaje. “Rupert,” dice Marta, “el aburguesamiento de todas las clases de hombres ha alcanzado un nadir repugnante en tu caso. Un pinche puerco tiene más sentido que tú. Por lo menos un pinche puerco no se come ‘la bala cubierta de azúcar,’ como dicen los chinos.” Ella tiene razón.

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Humo, lluvia, abulia. ¿Qué puede hacer un ciudadano preocupado para pelear el alza del capitalismo en su propia comunidad? El estudio sobre las olas de conflicto y de poder en un sistema en el que hay inequidad estructural es una tarea importante. Un conocimiento de la historia intelectual europea desde 1789 proporciona una base útil. La teoría de la información ofrece posibilidades nuevas e interesantes. La pasión ayuda, en especial esos tipos de pasión que no son implícitos. La duda es una condición previa necesaria para una acción significativa. El miedo es el gran motor, al final.


Extraído del libro “60 Stories” por Donald Barthelme, publicado en 1982.

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«Bala en el Cerebro» — Tobias Wolff

Anders no pudo llegar al banco hasta justo antes de que cerrara, así que por supuesto que la fila era infinita y quedó atorado detrás de dos mujeres cuya estúpida conversación a gritos le dio ganas de matarlas. De todos modos, Anders, un crítico literario conocido por la tediosa y elegante ferocidad con la cual despachaba casi todo lo que reseñaba, nunca estaba de buenas.
Con la fila aún dos veces la longitud del pasillo de cordones, una de las cajeras colgó un letrero de “PUESTO CERRADO” en su ventana y caminó hacia el fondo del banco, donde se recargó contra un escritorio y comenzó a pasar el tiempo con un hombre que acomodaba papeles. Las mujeres en frente de Anders interrumpieron su conversación y se pusieron a ver a la cajera con odio. “Qué bonito,” dijo una de ellas. Volteó hacia Anders y agregó, confiando en que estaría de acuerdo, “Uno de esos pequeños toques de humanidad que nos mantienen regresando por más.”
Anders había concebido su propio imponente odio por la cajera, pero de inmediato lo redirigió hacia la presuntuosa llorona en frente de él. “Totalmente injusto,” dijo. “Trágico, en realidad. Si no están cortando la pierna equivocada o bombardeando tu pueblo ancestral, están cerrando sus puestos.”
Ella no se dejó. “Nunca dije que fuera trágico,” dijo. “Solo creo que es una manera medio gacha de tratar a tus clientes.”
“Imperdonable,” dijo Anders. “Los cielos tomarán nota.”
Ella tomó un gran suspiro pero se aguantó y no dijo nada. Anders vió que la otra mujer, su amiga, miraba en la misma dirección. Y luego los cajeros dejaron de hacer lo que hacían, y los clientes lentamente voltearon, y un silencio conquistó el banco. Dos hombres con pasamontañas negros y vestidos de traje azul de negocios estaban parados al lado de la puerta. Uno de ellos tenía una pistola presionada contra el cuello del guardia. Los ojos del guardia estaban cerrados, y sus labios se movían. El otro hombre tenía una escopeta de cañones cortados. “¡Cierren el hocico!” dijo el hombre con la pistola, aunque nadie había dicho ni una palabra. “Alguno de ustedes cajeros suena la alarma y todos son carne muerta. ¿Entendido?”
Los cajeros asintieron con la cabeza.
“Ah, bravo,” dijo Anders. “Carne muerta.” Volteó hacia la mujer en frente de él. “Qué gran guión, ¿no? La seria, hostil poesía de las clases peligrosas.”
Ella lo vió con ojos que se ahogaban.
El hombre con la escopeta empujó al guardia, poniéndolo de rodillas. Le dio la escopeta a su compañero y jaló las muñecas del guardia hacia atrás, sujetándolas con un par de esposas. Lo tumbó al piso con una patada en medio de la espalda. Luego tomó su escopeta de regreso y fue a la reja de seguridad del final del mostrador. Era chaparro y pesado y se movía con una lentitud peculiar, hasta letargo. “Ábranle,” dijo su compañero. El hombre con la escopeta empujó la puerta y se paseó por la fila de cajeros, entregándole a cada uno una bolsa grande de basura. Cuando llegó al puesto cerrado volteó a ver al hombre con la pistola, quien dijo, “¿De quién es ese puesto?”
Anders vió a la cajera. Ella puso su mano en su garganta y volteó a ver al hombre con quien había estado platicando. Él asintió con la cabeza. “Mío,” dijo ella.
“Entonces pon tu culo en primera y llena esa bolsa.”
“Ahí lo tienes,” dijo Anders a la mujer en frente de él. “Justicia servida.”
“¡Ey! ¡Chico listo! ¿Te dije que hablaras?”
“No,” dijo Anders.
“Entonces cierra la boca.”
“¿Escuchaste eso?” dijo Anders. “ ’Chico listo.’ Directito de ‘Los Asesinos.’ ”
“Por favor cállese,” dijo la mujer.
“Ey, ¿estás sordo o qué?” El hombre con la pistola caminó hacia Anders. Le picó la panza a Anders con el arma. “¿Crees que estoy jugando?”
“No,” dijo Anders, pero el barril le hizo cosquillas como si fuera un dedo tieso y tuvo que aguantarse una risita. Hizo esto al hacerse mirar fijamente a los ojos del hombre, que eran claramente visibles detrás de los hoyos de la máscara: un azul pálido y crudamente enrojecidos. El párpado izquierdo del hombre no paraba de temblar. Su aliento era un penetrante olor a amoníaco que sorprendió a Anders más que cualquier cosa que había sucedido, y estaba comenzando a desarrollar un malestar cuando el hombre le picó de nuevo con la pistola.
“¿Te gusto, chico listo?” dijo. “¿Quieres chuparme la verga?”
“No,” dijo Anders.
“Entonces deja de verme.”
Anders fijó la mirada en el brillo de los zapatos de punta de ala del hombre.
“Ahí no. Allá arriba.” Atoró la pistola debajo de la barbilla de Anders y empujó hacia arriba hasta que Anders estaba viendo al techo.
Anders nunca había puesto mucha atención a esa parte del banco, un edificio viejo todo pomposo con pisos y mostradores y pilares de mármol, y volutas doradas sobre las jaulas de los cajeros. El techo abovedado había sido decorado con figuras mitológicas, a cuya fealdad carnosa y cubierta de togas Anders le había echado un ojo hace muchos años y después no quiso notar. Ahora no tenía opción más que examinar el trabajo del pintor. Era hasta peor de lo que recordaba, y todo ejecutado con la máxima seriedad. El artista tenía unos pocos trucos bajo la manga y los usaba una y otra vez—un cierto rubor rosado en el envés de las nubes, una mirada tímida hacia atrás en las caras de los cupidos y faunos. El techo estaba repleto de varios dramas, pero el que atrapó el ojo de Anders fue Zeus y Europa—retratados, en esta rendición, como un toro echándole el ojo a una vaca desde atrás de un almiar. Para hacer sexy a la vaca, el pintor había inclinado sus caderas de manera sugestiva, y le había dado unas pestañas largas y medio caídas, a través de las cuales le regresaba la mirada al toro con una bienvenida sensual. El toro traía una sonrisa satisfecha y cejas arqueadas. Si hubiera habido una burbuja saliendo de su boca, diría, “¡Ay, mami!”
“¿Qué es tan chistoso, chico listo?”
“Nada.”
“¿Crees que soy chistoso? ¿Crees que soy payaso?”
“No.”
“¿Crees que puedes andar chingando conmigo?”
“No.”
“Vuelve a chingar y eres historia. ¿Capiche?
Anders se soltó a carcajadas. Cubrió su boca con ambas manos y dijo, “Perdón, perdón,” luego no pudo contener la risa y se le escapó, “Capiche—oh , por Dios, capiche,” y a eso el hombre con la pistola alzó la pistola y le disparó a Anders justo en la cabeza.

La bala quebró el cráneo de Anders y atravesó su cerebro y salió detrás de su oreja derecha, dispersando pedazos de hueso en la corteza cerebral, en el cuerpo calloso, atrás, hacia los gánglios basales, y abajo, en el tálamo. Pero antes de que todo esto ocurriera, el primer impacto de la bala en el cerebro dio ímpetu a una cadena crujiente de iones y neuro-transmisiones. Debido a su origen peculiar, éstos trazaron un patrón peculiar, de casualidad dando vida a una tarde de verano de hace unos cuarenta años, una tarde perdida en su memoria. Después de pegar en el cráneo, la bala se movía a 300 metros por segundo, un paso patéticamente lento, glacial, a comparación de los rayos sinápticos que destellaban alrededor de ella. Una vez en el cerebro, la bala se encontró bajo la mediación del tiempo cerebral, lo cual permitió a Anders contemplar sin prisa la escena que, usando una frase que él hubiera detestado, “pasó delante de sus ojos.”
Vale la pena mencionar lo que Anders no recordó, dado lo que sí recordó. No recordó a su primer amante, Sherry, o aquello que más le enloquecía sobre ella, antes de que le fuera a irritar—su carnalidad sin vergüenza, y en especial la manera cordial con la que manejaba su unidad, a la que ella llamaba Sr. Topo, así como en, “Uy, parece que el Sr. Topo quiere jugar,” y, “¡Escondámos al Sr. Topo!” Anders no recordó a su esposa, a quien también había amado antes de que su previsibilidad lo cansara, o a su hija, ahora una resentida profesora de economía en Dartmouth. No recordó estar parado justo afuera de la puerta de su hija mientras ella sermoneaba a su oso por su desobediencia y describía los castigos verdaderamente espantosos que Garras recibiría si no se comportaba. No recordó ni una sola línea de los cientos de poemas que había memorizado en su juventud para poder darse escalofríos cuando él quisiera—ni “Silencioso, en la cumbre de un monte en Darién,” ni “Por Dios, escuché este día,” ni “¿Todos mis preciosos? ¿Has dicho todos? ¡Oh, buitre infernal! ¿Todos?” No recordó ninguna de esas; ni una. Anders no recordó a su madre moribunda diciendo de su padre, “Lo debí haber apuñalado mientras dormía.”
No recordó al profesor Josephs contándole a su clase cómo los prisioneros atenienses en Sicilia habían sido liberados si podían recitar a Esquilo, y luego él mismo recitando a Esquilo, luego luego, y en griego. Anders no recordó cómo le habían quemado los ojos al escuchar esos sonidos. No recordó la sorpresa de ver el nombre de un colega de la universidad en la portada de una novela no mucho después de haberse graduado, o el respeto que había sentido después de leer el libro. No recordó el placer de mostrar respeto.
Anders tampoco recordó ver a una mujer brincar hacia su muerte desde el edificio en frente del suyo tan solo días después de que su hija naciera. No recordó gritar, “¡Dios, ten misericordia!” No recordó chocar el carro de su padre contra un árbol a propósito, ni que le pateen las costillas tres policías en una protesta anti-guerra, ni despertarse a si mismo con risa. No recordó cuando comenzó a ver la torre de libros en su escritorio con aburrimiento y pavor, o cuando se enojó con escritores por escribirlos. No recordó cuando todo comenzó a recordarle otra cosa.
Esto es lo que recordó. Calor. Un campo de beisbol. Pasto amarillo, el zumbido de insectos, él mismo recargándose contra un árbol mientras los chicos de la vecindad se reúnen para un juego de beis. Él mira mientras los demás discuten sobre el genio relativo de Mantle y Mays. Han estado preocupados con este tema todo el verano, y se ha vuelto tedioso para Anders: una opresión, como el calor.
Luego los últimos dos chicos llegan, Coyle y un primo suyo de Mississippi. Anders nunca ha conocido al primo de Coyle y nunca lo verá de nuevo. Él dice hola, como los demás, pero no lo nota más hasta que ya eligieron equipos y alguien le pregunta al primo qué posición quiere jugar. “Parador,” dice el chico. “Parador es lo más chilo.” Anders se voltea y lo mira. Quiere escuchar al primo de Coyle repetir lo que acaba de decir, pero sabe que no debe preguntar. Los demás pensarán que está siendo mala onda, molestando al chico por su gramática. Pero no es eso, para nada—es que Anders está extrañamente excitado, exaltado, por esas últimas tres palabras, lo inesperado que fueron, su música. Recorre el campo en trance, repitiéndolas a si mismo.
La bala ya está en el cerebro; no se le puede adelantar por siempre, ni hechizar para que se detenga. Al final va a hacer su trabajo y dejar atrás el cráneo afligido, arrastrando la cola del cometa de memoria y esperanza y talento y amor por el mármol de la sala de comercio. No se puede hacer nada al respecto. Pero por ahora, Anders puede hacer tiempo. Tiempo para que las sombras se alargen en el pasto, tiempo para que el perro atado le ladre a la bola que va volando, tiempo para que el chico en el campo derecho le de palmadas a su guante manchado de sudor y cante, lo más chilo, lo más chilo, lo más chilo.


Extraído de la revista New Yorker publicada el 18 de septiembre de 1995.

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«Niña» — Jamaica Kincaid

Lava la ropa blanca los lunes y ponla a secar en la piedra; lava la ropa de color los martes y ponla en el tendedero; no camines sin sombrero bajo el sol; prepara las frituras de calabaza con aceite dulce muy caliente; remoja tu ropa pequeña en cuanto te la quites; cuando compres algodón asegúrate de que no tenga goma, si no, no aguantará ni la primera lavada; deja remojando el pescado una noche antes de que lo cocines; ¿es verdad que cantas benna1 en la escuela dominical?; come siempre de manera que no le de asco a los demás; los domingos trata de caminar como una señorita y no como la puta en la que insistes en convertirte; no cantes benna en la escuela dominical; no debes hablar con chavos vagos ni siquiera si te preguntan una dirección; no comas fruta en la calle—las moscas te perseguirán; pero yo no canto benna los domingos y mucho menos en la escuela dominical; así se cosen los botones; así se hace un hoyo para el botón que acabas de coser; así se cose el dobladillo cuando veas que se está descosiendo para que evites parecer la puta en la que estoy segura te convertirás; así se plancha la camisa khaki de tu padre para que no le queden arrugas; así se planchan los pantalones khaki de tu padre para que no les queden arrugas; así se cultiva okra2—lejos de la casa porque los árboles de okra atraen hormigas rojas; cuando cultives dasheen3, asegúrate de echarle suficiente agua, si no hará que tu garganta pique cuando te la comas; así se barren las esquinas; así se barre toda la casa; así se barre el patio; así se sonríe a los que no te caen muy bien; así se sonríe a los que detestas; así se sonríe a los que te caen bien completamente; así se pone la mesa para el té; así se pone la mesa para la cena; así se pone la mesa para cenar si vas a tener un invitado importante; así se pone la mesa para la comida; así se pone la mesa para el desayuno; así te debes comportar en presencia de hombres que no conoces muy bien, así no reconocerán de inmediato la puta en la que te he dicho no te conviertas; asegúrate de bañarte a diario, incluso si es con tu propia saliva; no te pongas en cuclillas para jugar a las canicas—no eres niño, ya lo sabes; no recojas flores por ahí—podrías contagiarte de algo; no avientes piedras a los mirlos, porque podría no ser un mirlo; así se prepara el pudín de pan; así se prepara la doukona4; así se prepara un estofado de pimientos; así se hace la buena medicina contra el resfriado; así se hace la buena medicina para expulsar a un niño antes de que se convierta en un niño; así se atrapa un pez; así se regresa un pez que no quieras, para que no te pase algo malo; así se molesta a un hombre; así te molesta un hombre; así se ama a un hombre, y si esto no funciona hay otras maneras de hacerlo, y si esas no funcionan no te sientas mal por entonces renunciar; así se escupe al aire si te dan ganas, y así te quitas rápido para que no caiga sobre ti; así se hacen nudos; siempre toca el pan para asegurarte de que está fresco; ¿pero qué tal que el panadero no me deja sentir el pan?; ¿quieres decir que después de todo serás del tipo de mujer que el panadero no deja tocar el pan?


1Música tradicional de Antigua y Barbuda similar al calypso, se caracteriza por su formato de pregunta y respuesta. A principios del siglo veinte se utilizó como una manera de propagar las noticias locales a través de las islas. Surgió a principios del siglo XX, después de la prohibición de la esclavitud. 

2Hortaliza de orgen centroafricano que se consume ampliamente en América. En Costa Rica se utilizan sus semillas para preparar un sucedáneo del café, mientras que en la Guayana Francesa se usa para preparar sopas como la calalou. También tiene aplicaciones medicinales.

3También conocido como taro, es un tubérculo que se puede encontrar en algunas parte de Asia, Australia, o Nueva Guinea. En Panamá y Venezuela se utiliza para preparar el sancocho. 

4La doukona o ducana es un dumpling de papa dulce originario de Antigua, Saint Vincent y las Granadinas, y otras islas del Caribe.


Extraído de la revista New Yorker publicada el 26 de junio de 1978.

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